Samael Aun Weor
MAS BIBLIOGRAFIA DE SAMAEL AUN WEOR
PRIMERA PARTE
EL HIJO DEL HOMBRE
"NOS AUTEM
GLORIARI OPORTET IN CRUCE DOMINI NOSTRI JESU-CHRISTI"
CAPÍTULO I
EL HIJO DEL HOMBRE
"Bienaventurado el que lee, y los que
oyen las palabras de esta profecía, y guarda las cosas en ella escritas: porque
el tiempo está cerca" (Apocalipsis 1:3).
Hijo del
Hombre: Revélanos lo oculto. Cada sinfonía deliciosa del cosmos inefable, cada
nota, cada melodía escondida tiernamente entre el encanto purísimo de las
fragantes rosas exquisitas de los jardines del nirvana, es la viva encarnación
de tu palabra.
¡Los tiempos del fin han llegado!
"He aquí que viene con las nubes (el Bienamado) y realmente todo ojo le
verá y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán
sobre él. Así sea. Amén" (Ap. 1: 7).
¡Ya viene el Adorable!, El que tanto
ha sangrado por nosotros... ¡Ya se acerca el Bendito!, viene como una madre que
angustiada busca a sus hijitos...
Escuchad hombres y dioses: en el misterio
de cada onda profunda, se acerca el Adorable... Aquél que nos hace reyes y
sacerdotes para Dios y su Padre. La brisa vespertina nos trae orquestaciones a
veces tan dulces como el arrullo de una madre. A veces tan severas como el rayo
que terrible centellea entre la tempestad catastrófica del furioso océano
apocalíptico.
En la profundidad inefable y deliciosa del
Santuario, habla el Bienamado con voz de Paraíso, y dice cosas sublimes:
"Yo Soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, que es y que
era y que ha de venir, el Todopoderoso" (Ap. 1: 8).
Un rayo terrible relampaguea entre el
terciopelo azul de la noche estrellada... ¡Es el Hijo del Hombre!
Del rayo divino dimana el íntimo. Resuena el coro de los santos, cantan
tiernamente las vírgenes del nirvana. Ellas se conmueven cuando el rayo penetra
en el alma de algún hombre santo.
El rayo inefable entra en el alma y se
transforma en ella. Él se transforma en ella y ella en él. Lo divino se
humaniza y lo humano se diviniza. ¡Estas son las nupcias eternas del
alma y del cordero pascual!
De estas
bodas de Alkimia de esta mezcla de amor y paz, resulta eso que llamamos el Hijo
del Hombre. Él es el resplandeciente y luminoso Yo Soy. Nuestro resplandeciente
Dragón de Sabiduría. Él es el rico tesoro que nos trajo el Adorable.
Él es el Hombre-Sol, Ormus, Osiris. Vishnú,
Chur, El Cordero; el hombre del tiempo y del río cantado por Daniel.
El es Alfa y Omega, el primero y el
postrero, que es y que era y que ha de venir. Él es el Amado Eterno. El Anciano
de los Días.
El Señor de toda adoración, quiere morar en
el fondo de cada alma. Él es el óleo de la mirra y el collado del incienso. Él
es el Adorable y el Adorador.
La expresión "yo soy" debe
traducirse así: "soy el Ser". Realmente el Bienamado es el Ser de
nuestro Ser, que es y que era y que ha de venir. Tenemos un tabernáculo
precioso (el cuerpo físico), un alma angustiada y un espíritu (el íntimo). Esta
tríada humana emanó de aquel rayo terriblemente divino que hace resonar su
campanada, entre el espacio infinito, cuando nosotros venimos al mundo.
Cada hombre tiene su rayo particular que
resplandece, con toda la potencia de su gloria, en el mundo de los dioses
inefables. Ese Rayo de la Aurora, es el Ser de nuestro Ser. Es el Cristo
interno de cada hombre. Es la Corona Sephirotica de los cabalistas, la Corona
de la Vida: "Sé fiel hasta la muerte (dice el Bendito), y yo te daré la
Corona de la Vida" (Ap. 2: 10).
Al que sabe, la palabra da poder. Nadie la
pronunció. Nadie la pronunciará sino aquél que lo tiene Encarnado.
Al banquete del cordero pascual asisten los
convidados. En la mesa de los ángeles resplandecen de gloria aquellos que lo
tienen encarnado. El rostro del Bienamado es como un relámpago.
Cristo es el Ejército de la Voz. Cristo es
el Verbo. En el mundo del Adorable Eterno, no existen ni la personalidad ni la
individualidad, ni el yo. En el Señor de Suprema Adoración todos somos uno.
Cuando el Bienamado se transforma en el alma, cuando el alma se transforma en
el Bienamado, entonces de esta mezcla inefable -divina y humana- nace eso que
nosotros llamamos el Hijo del Hombre.
Aquel Gran Señor de la Luz, siendo el Hijo
del Dios Vivo, se convierte en el Hijo del Hombre cuando se transforma en el
alma humana. El Hombre-Sol es el último resultado de todas nuestras
purificaciones y amarguras. El Hombre-Sol es divino y humano. El Hijo del
Hombre es el último resultado del hombre; el hijo de nuestros sufrimientos; el
solemne Misterio de la sustanciación.
Cristo es el Logos Solar (Unidad Múltiple
Perfecta). Cristo es el Gran Aliento Eterno, profundo, insondable, emanado de
entre las entrañas inefables del Absoluto.
Cristo es nuestro incesante hálito eterno,
para sí mismo profundamente ignoto... Nuestro divino Augoides.
Cristo es aquel rayo purísimo, inefable y
terriblemente divino que resplandeció como un relámpago en el rostro de
Moisés... allá, entre el solemne Misterio del Monte Nebo.
Cristo no es la Mónada. Cristo no es el
septenario teosófico. Cristo no es el Jivan-Atman. Cristo es el rayo que nos
une al Absoluto. Cristo es el Sol Central.
En el Oriente Cristo es KwanYin (la Voz
Melodiosa), Avalokiteswara, Vishnú.
Entre los egipcios Cristo es Osiris, y todo
aquel que lo encarnaba era un Osirificado.
Cristo es el hilo átmico de los
indostaníes.
El Hijo del Hombre resplandece con toda la
potencia de su gloria, en el solemne banquete del Cordero Pascual.
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